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JUBILACIÓN

Por José Baroja


«Teme a la vejez, pues nunca viene sola.» Platón


El día en que Gonzalo Benavides cumplió los sesenta y cinco años, durante la mañana, después de apagar un viejo despertador de cuerda que no le había fallado nunca durante el tiempo en que trabajó en esa mediana empresa de telefonía, propiedad de dos judíos ortodoxos poco dados a escuchar, creyó sentir en su nariz un leve olor, muy parecido, tal vez, al de la carne a punto de quemar. Tras estirarse un par de veces, decidió apurar el paso rumbo al baño, donde orinaría con molesta dificultad, al mismo tiempo que un poco amable espejo acusaba los años cayendo de golpe sobre su desnudez.


—Realmente llegó la hora —pensó—. ¡Qué viejo estoy!—Remató intentando imitar algo similar a una sonrisa.


Después de ducharse, Gonzalo se sentaría al borde de su enorme cama, donde guardaría sacro silencio durante unos segundos para finalmente asumir que era su cumpleaños.


—Feliz cumpleaños —se dijo con aire socarrón—. No tardes—. Serían sus palabras junto a un profundo suspiro de resignación.


Vestido solo con un slip blanco y calcetines negros se dirigió al viejo ropero. Buscó su mejor traje, uno que no utilizaba desde antes de un penoso divorcio. La verdad es que se sintió muy bien de volver a utilizarlo, sobre todo porque hoy era su cumpleaños y también el día de su jubilación. Hora de salir rumbo al trabajo.