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UNA QUERELLA 83

¡Ay de mí!—respondió la desventurada—como nos vé V. ahora, señor, asi nos hallamos ya en el mundo: huérfanos y sin asilo. Vivíamos del diario trabajo de mi marido pero caimos los dos, al mismo tiempo enfermos; fué necesario separarnos para ir al hospital, él á San Andrés, yo á Santa Ana, con mis hijos.

Ayer encontrándome sin fiebre, diéronme de baja, y me encontré ála puerta del hospital mas débil y enferma en la convalecencia, que lo habia estado en la enfermedad. Arrastréme con mis hijos hasta Malambo donde vivia, en un callejon, pero durante mi enfermedad, el casero habia alquilado mi cuarto. Fuí á San Andrés en busca de mi marido, y lo encontré tendido en el De profundis. ...... Juzgue V. señor, mi situacion! . . . Sin saber donde volver los ojos, pensé en unos parientes lejanos que residen en la Magdalena, y vengo á pedirles un asilo.

En medio de su desesperacion, Enrique pensó con una vislumbre de gozo que el oro que llenaba sus bolsillos, destinado á una noche de orgía, podia ahora derramar el consuelo en aquellos desgraciados. Vertiólo en la raida manta de la pobre viuda que cayó de rodillas con sus niños, implorando para su bienhechor las bendiciones del cielo.

—Orad por mí—les dijo él, alejándose. Y su voz á estas palabras tenia un acento lúgubre, por que una,