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82 PANORAMAS DE LA VIDA

reja y pasó al lado de su caballo sin verlo, sin oir el relincho lastimero con que el pobre animal lo

llamaba. —¡No me ama ya!—exclamaba, marchando á

largos pasos—la he ofendido, y quiere castigarme, arrojándome de su presencia; desecha mi amor,

quiere que muera! Al llevar la mano al corazon encontró el revolver

con que poco antes los celos lo habian armado. Enrique lo estrechó contra su pecho como á su última esperanza.

—¡Muramos!—dijo—aquí cerca de esa morada, donde mi alma vagará eternamente en busca de la suya.

Miró hácia el oriente, que comenzaba á teñirse con los rosados tintes de la mañana.

—Al primer rayo de sol !—se dijo, acariciando el cañon de su revolver.

En ese momento una mujer cubierta de harapos, lívida y demacrada, llevando consigo dos niños, uno en los brazos, el otro de la mano, pasó al lado de Enrique, arrastrándose á lo largo del camino.

A esa vista, un sentimiento de piedad distrajo un momento su espíritu de la siniestra idea que lo absorbia. Acercóse á la triste madre y le preguntó por que se encontraba á esa hora, en aquel parage desierto, desamparada y sola.