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UNA QUERELLA 79

—i¡ Que nola amaba !—esclamó Enrique con una esplosion de resentimiento.

¡Ah! ¿no es V. quien, hace seis meses está aplazando indefinidamente el dia de nuestra union, sin espresar el motivo? ¿Qué ha destruido mi confianza, sino la conducta culpablemente misteriosa que V. observa conmigo de un tiempo á esta parte? ¿Se dignó esplicarme su turbacion cuando yo llegaba mas temprano que de costumbre? ¿Ha querido V. jamás decirme quien le escribia esas cartas que nublaban su frente ó la hacian resplandecer de gozo? ¿Y ese jóven que encuentro siempre en el camino de esta casa, y cuya vista hace nacer en los labios de V. una sonrisa de secreta inteligencia quien es?

En fin, esta tarde llego y encuentro á V. radiante de una alegria, cuya causa se obstinó en ocultarme, á mí, que vivia de su vida. . ... Durante nuestra discusion oigo pasos en su gabinete de pintura; quiero entrar y V. se opone; insisto, y V. se coloca delante de la puerta. ¿Que debia yo creer ¿Qué habia tras de esa puerta? ¡Ah! dele V. si puede, otro nombre que no sea este: ¡Infamia!

Una llamarada de indignacion brilló en los ojos de Maria, que levantándose, pálida y erguida, fué á abrir la puerta de aquel gabinete.

—Enrique—dijo, haciendo un gran esfuerzo para afirmar su voz—la mayor prueba de amor que V.