mas precioso que el bergantin y su rico cargamento.
Su hija.
Elena poseia á la vez la belleza académica del Atica y la gracia irresistible de la Francia. Silenciosa y recostada en los cojines de su divan, semejaba á la Vénus de Praxíteles. Hablaba, y la Provenza sonreia entre las largas pestañias de sus ojos negros, y en los graciosos contornos de su boca.
Soberana en la casa paterna, vivia feliz, dividiendo su culto entre la Vírjen de la Guarda y la santa Panagia; su amor, entre su padre y un gallardo jóven, con quien, desde la rada al balcon, tenia organizada, por medio de señales, una deliciosa telegrafía.
Así, aunque amaba su hermosa patria, abandonábala sin pena, porque allá bajo las blancas velas del « Alcion » Renato la aguardaba.
Aguardabala impaciente; pues el capitan Brunel habia aplazado su union hasta su vuelta a Francia.
En fin!—exclamó Renato en un arrebato de gozo, tendiendo la mano á su novia para recibirla a bordo.
En fin!—creyó Elena oir, como un éco fatídico entre el grupo de marines que la rodeaban.
Y tuvo miedo.
Pero la voz alegre de su padre disipó su penosa emocion.
—Teniente—exclamó, poniendo la mano de su hija en la de Renato—he aquí tu esposa. Mirad allá