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EL POZO DEL YoGcr 401

en blanco, á pedirle la cuenta de su agujereada piel.

VI Jl Cange

En el mismo instante, como evocados por las palabras de Juana, veinte ginetes bien montados y armados de pistolas y espadas, salieron de repente de la hondonada que señalaba Peralta, y antes que este y su compañero (exactamente como aconteció á los estremeños) pudieran reconocerse, los envolvieron, los desarmaron, ligaron á la espalda sus manos, apesar de su rabia, y los ataron inmóviles sobre sus propios caballos.

Juana se adelantó resueltamente hácia el jefe del misterioso escuadron. :

—¿Con qué derecho os atreveis á poner la mano sobre hombres libres que llevan su camino?

—Contais por nada el derecho de represalias?— respondió este con una voz que hizo estremecer á Aurelia, sin que pudiera acordarse donde la habia oído otra vez; y por una estraña coincidencia, allá en el fondo de la silla de manos, una fuerte emocion sacudió el cuerpo desfallecido de la enferma, y un débil grito se exhaló de su pecho, y sus párpados

cerrados se agitaron. 26