FELIZA 389 encerrarla en sobre, inscribir el nombre de usted y enviarla al correo.
Héla aquí.
Al ver su carta así devuelta, Enrique exhaló una sorda imprecacion.
—Ah! señor !—exclamó Marieta—¿porqué se empeña usted en perseguir un imposible? Duéleme ver á un jóven bello, generoso, espiritual, digno como nadie de ser feliz, obstinarse en solicitar un amor que le rehusan.
—Ese amor fué mio; y quiero recobrarlo, aunque me cueste la vida.
—Habría usted interpretado en favor suyo la suavidad de su caracter, su dulce lenguaje, su cariñosa palabra. Todo eso es en ella habitual.
—O0h! la espresion de su amor era muy diferente de ese trivial dialecto del mundo ......... Amábame! .. .
—Perdon, señor Enrique: yo soy una pobre muchacha, y mi opinion nada vale; pero creo que un amor solo con otro amor se borra; y puedo asegurar que en el corazon de mi señora no existe ese sentimiento.
Muerto su esposo, á quien la unia solo un afecto del todo filial, hase consagrado al arte: su vida es un éxtasis de armonía. ¿Cómo podría tener