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—¡Sin duda! ¿Cómo le manifestarás, de otro modo, tu despego?

—Ah! es que ella ha jurado suicidarse el dia que eso acontezca.

—¿Lo habrá ya intentado?

—Oh! mil veces!

—Entonces, nada hay dicho; y preciso es dejarte bajo el peso de tu felicidad. Adios!

Y el jóven se alejó en direccion á la plaza.

—¡Finjir! ah! cuán duro es, cuando el corazon está destrozado! exclamó Zenen, suspirando.

Y desviándose de mi camino, tomo por el lado de los Desamparados.

—Ah! ah! ah!—rió una señora mayor, que había ido disputándome tácitamente el paso para escuchar aquellas endechas.—Ah! ah! ah! aaah! ¿Estos son los seductores? En la conciencia todos se reconocen, como este seducidos, encadenados. Nunca pasé por el lado de dos hombres que hablan, sin oirles decir:—Ella! con ella! por ella! sin ella!—Nunca, entre mujeres, que no vayan diciendo con fervor apasionado:—Mis rizos! mis blondas! el último vestido que me mandó la modista.—Sin mencionar para maldita la cosa á sus presuntos tenorios. Tenorios!—Tenorias!—digo yo!

Y mirándome con picaresca ironía, rió en mis barbas y se fué.