Sí . . . . . . Pero . . . . . . esos magníficos ojos negros! . . . . . aquella boca que, cuando quiere sabe decir palabras tan hechiceras y aquel cuello! y aquel pié! y aquella mano! . . . . y . . . . . todo, en aquel ser aborrecible y . . . . . . . . encantador!
Y pálido, y vagarosa la mirada, seguia adelante en direccion al Puente; y yo, á vista de la honda desesperacion que revelaba su acento, pensé en el rio, que en furiosa creciente sonaba no léjos con ruido siniestro. Zenen! Zenen!—gritó un jóven, pasando delante de mí, y dando una palmadita en el hombro al infortunado que me precedia.—¿Qué tienes, chico?
Se diria que vas soñando.
—¡Soñando!—respondió L. cambiando súbitamente en fátua sonrisa, la tétrica. expresion de su semblante.—Al contrario, muy real y sériamente, voy discutiendo con mi ingenio la manera de desasir de mi el amor incontrastable que Elvira se obstina en consagrarme.
—¡Qué no me vengan á mi esas dichas!
—Te regalo la mia!
—¡Acepto! . . . ¡Ser el Hernani de esa soberbia hermosura! . . . Pero sé generoso hasta el fin . . . . despéjame el campo!
—¡Retirarme de la casa!