Aquellas hermosas soñadoras que reian, cantaban, y hablaban de sus halagüeñas ilusiones, en tanto que la guerra civil abria á sus piés su espantosa sima, parecíanme una legion de ángeles sembrando flores sobre un abismo.
Han invadido, de súbito, mi cuarto, arrancando la pluma de mi mano, y obligándome á volverme para mirarlas.
Estaban bellas. Con sus vaporosos vestidos blancos adornados con lazos, unos azules, otros color de rosa, ligeras, risueñas y juguetonas, semejaban en efecto á esas aladas flores del espacio.
—Papeles á la imprenta, mi vida, y vamos al teatro—exclamaba una.
—Esta noche es el beneficio de la señora Felices, y representan « Los Amantes de Teruel. »
—Mi ideal es Marcilla. Así, mañana me parecerán vulgares todos los hombres.
—¿Hasta Octavio?
—¡Ah! él se le parece: es bello, rendido y espiritual!
—¿Quién es esa maravilla?
—Mi novio, señora; y si vienes con nosotras