—Es una romanza de la ópera « Guaraní », la última pieza de mi estudio. Cierto que es una música deliciosa, llena de dulzura,y de un carácter original. Sin embargo, la música no es para mi realmente bella, sino cuando refleja el recuerdo.
—¿No es verdad? . . . . Pero, ah! tus recuerdos, risueños, frescos, datan de ayer, y los encierra una aurora.
Julia suspiró profundamente; y dejando la romanza de Guaraní entonó, con los ojos llenos de lágrimas—Caro nome que el mio cor—esa cascada de perlas del Rigoletto.
Entre las compañeras de Julia, una voz murmuró un nombre: Maximiano.—Recordé entonces, que no hacia mucho tiempo, una mano aleve dió la muerte a ese bello jóven tan querido en la sociedad. Pobre Julia! En el riente mirage de sus recuerdos, alzábase ya una cruz!
Al viento las penas!—exclamó Florinda, pasando su pañuelo sobre los húmedos ojos de la cantora. —Oh! si cada una fuera á hablar de las suyas, el cuartel de Santa Ana, en el cementerio, puede decir si yo tengo derecho de estar entre los vivos.
—Tambien tú—gritó Emma.—Esto amenaza Volverse un de profundis! Bah! silencio! y basta de sombra! . . . . ¿Quién ha oido anoche el violin encantador de la señora Filomeno?