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llegar conducidos por el pueblo, que en esta ocasion se escedió á sí mismo en valor y abnegacion.

Cada una de nosotras temia encontrar á los suyos en aquellas formas desfiguradas por el polvo, el fuego y la sangre.

Las salas del hospital, ocupadas por los enfermos traidos el dia anterior del Callao no bastaron para recibir á los heridos, y se resolvió organizar otro en el cementerio de Baquijano.

Allí nos enviaron con tres hermanas que instalaron á los heridos en el hospital y las viviendas de la Capellanía.

A pesar de nuestro ardiente deseo de hacerlo todo para aquellos desdichados, laactividad de las hermanas de caridad nos usurpaba la mayor parte de nuestra tarea con gran pesar nuestro. La bella Jacinta B., los ojos llenos de lágrimas y sus blancas manos manchadas de sangre, corria á recibir los moribundos, los reclinaba en suseno, mojaba sus lábios con bebidas refrijerantes y les dirijia palabras de consuelo.

Un jinete montado en un caballo blanco, se abrió paso entre la multitud. Traia consigo dos heridos: uno en brazos, otro á la grupa.

Recostado sobre su espalda, el moribundo habia empapado en sangre los hombros, los vestidos y hasta los bigotes canos de su conductor.

Este dejó á uno en los muchos brazos que se