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con pasmosa rapidez, y á su vista una prolongada aclamacion partió del largo convoy.

De súbito el tren queda inmóvil en frente de Bellavista.

—¿ Qué sucede ?

—Bajemos, —respondió con voz breve la superiora de Santa Ana.

—Pues qué ¿no vamos á servir al hospital de sangre en el Callao?

—El hospital de sangre está aquí. Seria peligroso para los heridos ser asistidos en un lugar barrido por la metralla y amenazado de incendio.

Y la buena religiosa que debia ser entendida en el asunto, pues se encontró en la toma de Sebastopol, atravesó con las otras hermanas el polvoroso médano que nos separaba de las primeras casas del pueblo.

Yo las seguí silenciosa y triste. ¿Por qué? no iba á asistir á los heridos? qué importaba que fuera en el Callao ó allí ?

Ah! quizá en el fondo del alma, donde se ocultan los sentimientos que no queremos confesar ni á nosotros mismos, esperaba que una bala benéfica me librara de la horrible desgracia que veia en lontananza.

Perdóneseme en gracia de que escribo mis impresiones, esta dolorosa reminiscencia del corazon, mezclada á los gloriosos hechos de ese gran dia.