NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS 303
ála vera del encinar. Las ruinas del convento de benedictinos surjieron luego de entre un grupo de cipreces con sus muros demoronados, y sus góticas torres.
Rogerio—dijo la jóven sonriendo cariñosa á su marido.—Yo he venido aquí otra vez, cuando era niña, paseando con mis compañeras. Recuerdo que, mientras ellas corrian en este prado, yo, obedeciendo á un consejo de mi madre moribunda, penetré en ese templo abandonado, y fuí á prosternarme ante la Santa Vírgen que estaba en el altar. Pero notando que sus vestiduras estaban manchadas por las lluvias, y desgarrado el velo que cubria su sagrada cabeza, subí hasta ella, y desprendiendo mis galas, adornéla con ellas, y coloqué mi velo en su divino rostro. ¿Me permitirás entrar á dirijirle una plegaria?
El capitan quedó solo, recostado en el tronco de un ciprés, encuya cima cantaba el buho con lamentoso acento.
Lúgubres pensamientos oscurecian su mente, semejantes á las negras siluetas de los árboles en aquella hora vespertina.
Pobre Lucín!—esclamó—héla ahí, que viene con pié lijero, alegre, confiada ignorante de la infamia de aquel á quien unió su destino! ... . Ha llorado!...... y temiendo mis injurias al aspecto de sus lágrimas las recataba bajo su velo. Ah! ella no sabe que yo las