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Y así diciendo, dejaba sobre una aljofaina de oro un tesoro de brillantes y de valiosas perlas: En seguida, haciéndome un saludo gracioso, corrió á la cámara vecina y cerró tras sí la puerta.

Quedéme solo meditando. en mi aventura; bendiciendo el terrible incidente que me proporcionó el encuentro con aquella amable criatura que en tan cortos momentos de plática habíame concedido la preciosa intimidad de su trato, y la promesa de esa triunfante presentacion, que debia concitar la envidia de sus amigos: es decir: de los jóvenes mas nobles y elegantes de la nobleza limeña. Mecido por estas lisonjeras reflexiones, olvidaba el tiempo cuyas horas marcaba inútilmente á mi oido un reloj colocado delante de mí en una columna de alabastro.

De súbito, un rumor no lejano de voces y risas vino á romper aquel encanto.

En ese momento el reloj dió las dos de la mañana.

—Cómo! exclamé —habríame olvidado la condesa?

Una nueva éxplosior, mezcla confusa de risas y choque de vasos, vino á responder á este pensamiento.

Alcéme lleno de enojo; y descorriendo las cortinas de terciopelo carmesí que ocultaban una ancha ventana, ví que esta se abria á seis piés de elevacion, sobre un estenso jardin, en cuyo fondo divisábase una galería iluminada, cubierta de enredaderas, de donde venia la gozosa algazara.