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CAER DE LAS NUBES 283

debia abandonarla en manos de un esclavo. Entré, pues, con ella en el coche y procuré reanimarla, haciéndole aire con el riquísimo abanico que pendia, por medio de una cadena, del cerco de brillantes que rodeaba su torneado puño.

La condesa volvió en sí, abrió los ojos, y miró con asombro en torno suyo.

Y reparando en mí—quien sois?—me dijo en tanto que recelosa, apartábase de mi lado.

—El mas feliz de los hombres, señora, por haberme sido dado prestaros mi auxilio...

—Cuando el terror me derribó medio muerta entre aquella multitud. Oh! mi Salvador exclamó la bella condesa, tendiéndome una manita cubierta de brillantes—decidme vuestro nombre para que lo bendiga.

Díjeselo; y cuando llegamos ante una suntuosa casa donde el. coche se detuvo, eramos, no ya dos amigos, sino dos cariñosos hermanos.

—Chico—díjome aquella encantadora, tornándose de pronto, la mas salada limeña que vistió saya y manto—chico mio, voy á presentarte á mis amigos, que reunidos aquí, me esperan para comer conmigo. Cuanta envidia vas á darles cuando sepan que me salvaste la vida en aquel barullo infernal!...... Mas, permite que antes me despoje de estas joyas, y cambie este pesado tisú con un vestido de gasa.