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YERBAS Y ALFILERES 267

—No vengo á consultar al médico dijo, sonriendo con amargo desaliento. ¡Ah! de la ciencia nada espero ya: vengo á preguntar á ese númen misterioso que os sirve, la causa de un mal que consume á un ser idolatrado; estraña dolencia, que ha resistido á los recursos del arte, á los votos, álas plegarias; vengo á demandarle un remedio, aunque sea á costa de mi sangre ó de mi vida.

Dicen que para valeros de él lo encarnais en un cerebro humano. Alojadlo en el mio: que vea con mi pensamiento; que hable por mi lábio, y derrame la luz én el misterioso arcano que llena de dolor mi existencia, y ¡ah!.


Su voz se extinguió en un suspiro.

En tanto que hablaba, habíala yo magnetizado.

Unos pocos pases bastaron para mostrarme la lucidez eztraordinaria que residia en aquella jóven.

¿Me escuchais, hermosa niña ?—díjela empleando ese adjetivo de poderoso reclamo para toda mujer; porque al someterla á la accion magnética habia olvidado un preliminar: preguntarla su nombre.

—Hermosa!—esclamó; y una sonrisa triste se dibujó en sus lábios --ah! ya no lo soy. El dolor ha destruido mi belleza y solo ha dejado en mí una sombra.

—¿ Habeis sufrido mucho?

—Oh! mucho!