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en el pecho de su hermano recibió los sacramentos y en sus brazos exhaló el último suspiro.

Las jóvenes lloraban escuchando el triste relato del canónigo

—Válgame Dios—exclumó una señora—y qué fuerte olor de sacristía han esparcido en nuestro ánimo estas historias de clérigos. Será preciso para neutralizar el incienso, saturarlo con esencia de rosas. Y pues que de coincidencias se trata allá va uua de tantas.

Hable el siglo—repuso el vicario con un guiño picaresco.

FIN DEL FANTASMA DE UN RENCOR