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El. EMPAREDADO 255

A estas palabras hice un movimiento de asombro que me despertó.

Era un sueño, pero la voz del clérigo sonaba todavia en mi oido—No busqueis vuestra cita en Tertuliano; se encuentra en el capítulo octavo de las Confesiones de San Agustin.

Sin darme cuenta de lo que hacia cogí aquel libro y lo abrí en su capítulo octavo.

La frase que solicitaba, encontrábase allí.

Sorprendido por aquella estraña coincidencia, dijeme: sin embargo. El sueño dá algunas veces, grande lucidez; y mi recuerdo, avivado por su influencia ha venido bajo la figura fantástica del clérigo.

Y seguí mi trabajo sin pensar mas en aquel incidente.

Al siguiente dia, cuando, concluido mi sermon dirijíame á la iglesia, encontré en el claustro á un arquitecto, que me dijo habia sido enviado de Lima para dar otra forma á aquel edificio á fin de que sirviera al establecimiento de un colegio nacional.

Acabada la fiesta, y vuelto á casa del cura, fuí con él á ver los primeros trabajos del arquitecto.

Al echar abajo la pared medianera entre la celda que yo ocupé y la siguiente, encontróse la pared doble; y en su estrecha separacion, el cadáver de un jesuita.