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EL EMPAREDADO 253

—Y quien dijo pláticas de viejos, quiso aludir á mis noventa inviernos—repuso con enfado cómico el vicario.

—Y para castigar la culpable suceptibilidad de ese ministro del Señor—replicó la matrona—simulando el énfasis de un fiscal —pido que se le aplique la ley al pié de la letra, y se le condene al relato de una coincidencia.

—Y para mostraros que los diez y ocho lustres no han podido quitarme la complaciente vbediencia debida á tan amables jueces, referiré una muy singular coincidencia que por mucho tiempo hizo vacilar mi espíritu entre lo casual y lo sobre natural.

A estas palabras, los bostezos cesaron como por encanto; y las jóvenes, perdiendo su timidez acercaron sus sillas y rodearon al anciano vicario.

—Era yo cura de S. y me habia comprometido el de H. á predicar el sermon de su fiesta.

Sin embargo esta se acercaba y yo todavia no lo habia escrito, subyugado por la pereza que se apodera del ánimo en la vida de los campos.

En fin; llegó la víspera, el cura de H., me envió á buscar, y hube deir allá, sin haber puesto mano en mi obra, creyendo que la vista del lugar, del templo y los preparativos de la fiesta fueran un estímulo á mi negligencia.