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252 PANORAMAS DE LA VIDA

los aburridos: pasearse cogidas del brazo, á lo largo del salon; y cuchicheaban entre ellas ahogando prolongados bostezos.

—Hijas mias—díjoles el yenerable vicario de J., que notó su displicencia—no os mortifiqueis por nosotros. Os lo ruego, divertios á vuestra guisa. Yo, de mí sé decir que me placeria oiros cantar.

Cantar! Bien lo quisieran ellas; pero arredrábalas el repetido io famo de los maestros italianos, en presencia de aquellas adustas sotanas, y se miraban sin saber como escusarse.

—Y bien'—contimuó el vicario—si os detiene la eleccion, que lo decida la suerte.

Y levantándose, fué á tomar del repertorio el primer cuaderno que le vino ú la mano.

Coincidencias! —exclamaron las niñas, riendo—Ea, pues, hijas mias, á cantar las coincidencias.

Las ¡jovenes rieron de nuevo.

—Bueno! os alegrais al fin!

—Señor, el cuaderno está en blanco—dijo la niña de la casa—Su inscripcion es el proyecto de una fantasía para dedicarla al profesor que me enseña el contrapunto.

— «Coincidencias»! Eso mas bien que de cantos, tiene sabor de relatos—dijo una señora mayor.

—Y quien dijo relatos —añadió otra—quiso decir pláticas de viejos.