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236 PANORAMAS DE LA VIDA

Arranquéme al fin deallí, y algunas horas despues, el vapor que marchaba al sur me llevaba á su bordo.

En el momento que desembarqué en Islay, monté á caballo y llegué á Arequipa, sin haber descansado una hora en el tránsito.

—Madre! —murmuraban mis lábios, mientras corria por la arenosa sabana que se estiende entre el puerto y la ciudad—madre mia! tus sueños de dicha van á realizarse. Hé aquí tu hijo que lleva un tesoro para ponerlo á tus piés.

Habia dejado atras el desierto—continuó el jóven, con voz cada vez mas conmovida-—habia pasado las quebradas estériles, y entrando en las que comenzaban ya á vestirse con las fragantes yerbas de nuestra hermosa campiña, subia el repecho del primer Alto. Al llegar á la cima, el Mistiimponente y lóbrego me apareció todo entero, de su negro pié hasta su nevada cumbre.

La vista del monte sagrado, esa vista que estremece de alegría á todo arequipeño, hízome estremecer de estraño terror; y mis ojos, anhelantes, lo interrogaban, y el alma contristada creia ver en sus sombras siniestros augurios.

Cuando mi caballo, jadeante y sin aliento, se paraba relinchando en el segundo Alto, la noche comenzaba á estenderse sobre el inmenso paisaje. Sinembargo, los rayos de la luna me mostraban, aunque confusos,