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tres bandidos, que habian robado un buque y que se proponian hacerlo teatro derobos y asesinatos. ¿Los denunciaria entregándolos al brazo de la ley? ¿Callaria haciéndome responsable de la sangre que iban á derramar?

Miré á Estela, que me comprendió.

—Dejemos siempre á Dios el castigo de los malos, y no manchemos nuestro lábio con una delacion.

Aprovechamos, sin embargo, de la presencia de la aduana para extraer nuestros fondos.

Cuando los bandidos vieron en mis manos un saco de oro y una cartera llena de letras de cambio, una llamarada de cólera ardió en sus ojos y fijaron en Estela una mirada fulminante.

El ferro-carril, establecido en nuestra ausencia, nos llevó á Lima.

Al poner el pié en las baldosas de la estacion, Estela asió mi mano y me guió.

—Dónde me llevas?—la pregunté.

—A mi morada—respondióme.

Y caminamos largo rato.

Al pasar delante de una iglesia—Santa Ana! —dijo Estela—Aquí hice mi primera comunion. Entró en aquel templo. se arrodilló y oró.

Alzóse luego, y observé que me miraba furtivamente con ojos llenos de lágrimas.

Una cuadra mas arriba, ví, en el ángulo de la calle,