UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 229
la noche me hizo salir, atraida por la lumbre. ¿Qué milagro de la Providencia te ha traido á mí?
Al siguiente dia, todos partimos juntos: los alemanes á tomar su nuevo establecimiento, en las cañadas del Sacramento.
Sinel dolor que amargaba el alma de mi compañera y mi propio corazon, cuán delicioso habria sido aquel viaje!
Sentados el uno al lado del otro, muellemente llevados al través de bellísimas praderas, á nuestros piés un tesoro y sobre nuestras cabezas el esplendor de un cielo de verano, surcado de nacaradas nubes, y de bandadas de aves que llenaban el espacio con variadas armonías.
Pero Estela no era ahora ni la sombra de sí misma.
Su pena tenia un carácter siniestro; era muda y sin lágrimas.
Invitábala algunas veces á bajar del carro y marchar á pié. Cedia á mi ruego con una complacencia triste; y caminábamos, literalmente, sobre una alfombra de flores. Pero ella, cuya alma era tan entusiasta, pasaba ante estas magnificencias, de la naturaleza con la mas fina indiferencia.
En fin, la ciudad de San Francisco y su bahia cubierta de buques nos aparecieron una mañana á la priméra luz del alba; y poco despues atravesábamos sus calles dirigiéndonos al puerto donde esperábamos