UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 219
calles de la ciudad, me encontré en aquella bellísima campiña cubierta de flores y sombreada por grupos de árboles, las nubes que oscurecian mi espíritu se disiparon. Nada ví en el aviso de aquel periódico, ni en las palabras del mercader que pudiera inducirme á pensar que el «Nuevo Mundo», ese buque donde Estela y su hermano se hallaban, fuera la víctima de aquel desastre.
Reflexionando así, tranquilicéme gradualmente; y la calma de aquella hermosa naturaleza se apoderó de mi alma, que se abrió de nuevo á la esperanza.
Entre tanto, la noche habia venido; el cielo se poblaba de estrellas, y la brisa cargada de perfumes, hacia de la pradera una inmensa cazoleta.
A media hora de la ciudad y á corta distancia del rio, una caravana habia hecho alto al abrigo de un grupo de sicomoros. Era una colonia de alemanes que llevaban sus hogares á las cañadas vecinas del Sacramento.
Fuíme á ellos y les pedí me permitieran pasar la noche en su compañía.
Acogiéronme con bondad y me hicieron lugar al lado del fuego, necesario en aquellas latitudes por la frialdad de las noches.
Una vez establecido mi hospedaje, los alemanes se dieron á una grave charla, abandonándome á mis pensamientos. Pensamientos color de rosa, que