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UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 217

Compré á un aleman, que acababa de llegar, el caballo en que vino, que era una bestia fuerte y en buenas carnes. Coloqué mi oro entre el fondo del carro, y una tabla del mismo grandor; eché encima mis ropas y algunas provisiones, y me puse en camino despues de haber, á pesar del mosaismo de Samuel, colacado una cruz sobre su tumba.

Poco despues, por una calurosa tarde de junio, entraba yo con mi carro, hecho un cuento de harapos, pero sentado sobre un tesoro, en las populosas calles de Sacramento. Mi facha hacia reir á los impertinentes, y las muchachas me mostraban con el dedo. ¡Cuántos de ellos y ellas, si hubieran adivinado mi secreto, se habrian inclinado ante mí!

Estacion de tránsito á las minas y teniendo en sus contornos mismos, ricos veneros, la ciudad de Sacramento hallábase ocupada por millares de huéspedes, que llenaban sus hoteles, y sus casas, albergándose hasta bajo los árboles de sus arrabales.

Dicho esto, inútil es añadir que un muchacho andrajoso como yo habia de tener que resignarse á este último partido; tanto mas cuanto que no pudiendo confiar á nadie la existencia de mi tesoro, érame imposible apartarme de aquel carro que lo guardaba.

Pasé pues de largo y atravesé la ciudad sin pensar siquiera en pedir hospedaje; deteniéndome solo para comprar algunas provisiones en la tienda de un