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EL POSTRER MANDATO 21

que el ánimo comienza á faltarme, y no quiero que otros ojos que los tuyos miren mi debilidad.

Hernando se apartó del Inca, profundamente conmovido. Por mas que procuraba rechazarlo, un lúgubre presentimiento invadia su alma.

Poco despues el calabozo se abrió, dando paso á un jóven de arrogante presencia, de negros y profundos ojos, que fué á caer á los pies del cautivo, y besó con doloroso fervor las cadenas que aprisionaban sus manos.

—Hijo mio—díjole el Inca atrayéndolo á sus brazos—el tiempo huye, y la hora avanza. No te entregues á vanos lamentos, cierra el labio, esfuerza el corazon y escúchame.

El jóven ahogó un jemido, pasó la mano por su frente y levantando la cabeza, mostró al Inca su bello semblante, triste, pero sereno.

—Héme aquí, padre mio—le dijo—pronto á ejecutar aquello que te plazca mandarme.

—Escucha—prosiguió el prisionero—Tú sabes que estos hombres cruentos están devorados por una sed inextinguible de oro, que no se sacia con los inmensos tesoros que, de ese funesto metal, los mios han amontonado á sus piés. Iniciados por algunos traidores en el secreto de la ciudad subterránea, búscanla con feroz codicia. Los caciques que conocen su entrada están en poder suyo; y para