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intenperie. De tal manera, la sed de oro, en su acepcion intrínseca, habia absorbido toda codicia de detal.

El aspecto de la ciudad no se nos mostró menos estraño que cuanto nos habia aparecido desde que divisamos el puerto. Una inmensa toldería de toda clase de telas y colores, desde el oscuro pelo del camello árabe hasta el brocado rojo de la China, se estendia en líneas paralelas á Otras de elegantes construcciones de madera, formando calles interminables, que llenaba un pueblo mixto, turbulento, ajitado, cuyo susurro se componia de todos los idiomas de la tierra; desde la sonora lengua de Cervantes, hasta el desapacible cacareo de los macaos; desde el purísimo galo de la Turena hasta el salvaje gruñido del apache. Pero enaquel cosmopolita emporio de nacionalidades, dominaba siempre el elemento yankee. Yankees eran las posadas; yankees los teatros; yankee la única institucion que daba una sombra de garantía


á la propiedad y á la vida de los individuos, en aquel formidable choque de personalidades y de intereses contrarios. Todo, en fin, presagiaba que muy luego plantaria allí su estrellado pabellon esa raza de titanes, destinada á escalar el cielo Ó á hundirse bajo el peso de su misma grandeza.

Caminábamos abriéndonos paso al través de la