UN VIAJE AL PAIS DEL ORO 171
—Qué temes? la dije—No estoy yo á tu lado?
—Ay! Andrés—respondió—tú eres un niño, y no podrias defenderme.
—Defenderte de qué ¿No estás aquí en completa seguridad.
—Qué sé yo! Pero ya no me atrevería á quedar un momento allá arriba despues de entrada la noche. Me estremezco al pensar que hemos pasado largas veladas sobre cubierta, solos y envueltos en la sombra, dos débiles niños. . . . . Andrés! ...... qué mirada, la de aquel hombre color de cobre! La recuerdas? A mí se me ha quedado grabada en el cerebro. Dormida me parece en sueños: despierta la veo reverberar en el fondo de mi pensamiento, y me turba á todas horas.
La medrosa preocupacion que atormentaba á Estela, derramó en nuestra intimidad fraternal una sombra de tristeza que neutralizaba su encanto.
Durante el dia, y cuando el sol lo doraba todo con sus alegres rayos, ella la primera reia de sus insensatos terrores, y me prometia desecharlos. Pero desde que caia la tarde y que la sombra de nuestras velas se estendia en, largas siluetas sobre el azul oscuro del mar, el gozo de Estela se desvanecia. La pobre niña, triste y meditabunda,