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negros, abundantes y lacios, los dientes blancos apartados, agudos: y unos ojos de buitre, que se fijaron en Estela con ansiosa codicia.

Por una misteriosa intuicion, la vista de ese hombre produjo en mí un sentimiento de ódio, cual si hubiera reconocido en él un enemigo. Estela misma, acostumbrada como limeña, á arrostrar con regia serenidad las ardientes ojeadas que atrae la belleza, sintióse sobrecogida de espanto, bajo esa mirada negra, pertinaz, obstinada que encontraba á cada paso, y que la siguió hasta que nos embarcamos.

Cuando nos dábamos á la vela, divisamos todavia aquel hombre, apoyado en el tronco de un cocotero, inmóvil y la vista fija en nuestro buque, hacia el punto en que el blanco velo de Estela ondulaba con la brisa de la tarde.

Alejámonos, y bien pronto las costas de Panamá se desvanecieron entre la bruma del horizonte; pero no así, la impresion de terror que el emigrante habia dejado en el ánimo de Estela.

Apoderóse de ella una estraña inquietud, un miedo pueril que le obligaba á ir siempre asida al brazo de su hermano.

Cuando quise llevarla á nuestro paseo nocturno de costumbre, me detuvo con un ademan de terror.