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UNA VISITA AL MANICOMIO 147

y los patios esteriores, donde por órden de la superiora habíase hecho profundo silencio.

El coche con sus persianas y cristales cerrados, aguardábanos en una callejuela desierta, al costado de la casa.

—Hénos aquí en plena libertad—dije abrazando á Delfina, para impedirle echar hácia atrás su embozo, al tomar asiento en el carruaje y á tiempo que este partia á galope, por el lado de Barbones.

Cuando hubimos traspuesto las últimas casas de los arrabales, y que por entre tapias y callejones dejamos atrás el cementerio y la Pólvora, internándonos entre los primeros grupos de colinas que se alzan al pié de los Andes, bajé yo misma las persianas del coche, y volviéndome á Delfina invitéla á mirar el magnífico panorama que de allí se divisaba.

Pero ella habia ya dejado la manta, y reia, aplaudiendo gozosa aquella novelesca escapada.

Hácia la tarde, el cochero dió un rodeo, y tomando por la izquierda, descendió al valle del Rimac y regresó siguiendo la vera del ferro carril de la Oraya.

A vista de aquella línea, la sonrisa desapareció de los labios de Delfina, y su mejilla cubrióse de una palidez que me asustó.