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y absorvia su corazon, no estaba cerca de ella. Hallúbase al lado de una bellísima blonda de azules ojos; torneado cuello, y cuyo canto era el hechizo de los salones.

Los rosados lábios de la rubia sonreian sin cesar á su vecino, monopolizando sus miradas, sus palabras y toda su atencion, con dolor de la pobre Delfina que veia desvanecerse la vision de dicha que la habia aparecido en los salones del baile.

Una esperanza la alentaba. Su ramillete, el ramilletito de violetas que despareció de entre las blondas de su cotilla al dejar el sarao, asomaba sus azulados pétalos, medio oculto en el pecho de su caballero.

Pero la hermosa blonda lleva al cinto una camelia blanca.

Él la dice á media voz una palabra; y la flor desprendida del cinturon pasa á manos del jóven que al colocarla junto al corazon arroja el marchito ramillete, que va á caer entre dos piedras al borde del camino.

El rumor fragoroso del tren ahogó el grito desgarrador que arrancó á Delfina aquella última decepcion.

Mas, tornóse luego impasible, y en su bello semblante se esparció una lúgubre serenidad.

Dos dias despues de aquella fiesta, la pobre