hemos velado tu sueño, guardándonos de tocar á estos deliciosos manjares.
—¡Es posible!—exclamó la jóven, llevando las manos á su frente—¿Cómo puede uno soñar asi con los vivos colores de la realidad! Oh! yo te he visto, Renato, luchando con un terrible bandido, caer al agua, debatirte y sucumbir bajo sus golpes. A tí, padre mio, de pié ahi, sobre la puerta abierta de la santa bárbara, con una mecha encendida en una mano y el reloj en la otra, contando los minutes que nos separaban de la muerte. Y yo presa de una profunda angustia—¡Virgen santa de la Guarda!—esclamé—consérvame á mi padre y á mi esposo; y si me permites poner el pié en el suelo de esa patria que voy á buscar, mis primeros pasos se dirijirán á tu sagrado temple. Ah! qué ha sido esto? delirio? realidad?
—Una pesadilla, hija mia,—dijola el capitan.—¿Qué hora contaste al comenzar la. cena?
—Las diez ménos cuarto, padre.
—Has dormido un cuarto de hora. Son las diez. cenemos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Una mañana esplendente de Junio, tres viajeros desembarcaban de un bergantin de blancas velas en el muelle de Marsella.
Era un anciano de bigotes canos y marcial continente, un apuesto jóven, y una bellísima niña,