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UNA VISITA AL MANICOMIO 139

—Cómo!—apresuréme á responder, muerta de miedo, pero aparentando serenidad—si tu relato me está sonriendo entre tus dientes. Hé ahí el momento en que el cronista vació tu canastilla.

—Ah!—repuso él—¿comprendes la estension de mi desgracia? El ser infernal habíame robado mi precioso botin, la diversion de mi bella, la golosina de la abadesa, el pasto de aquella fiera condicion sin la cual érame imposible penetrar en el convento! Qué hacer? de qué asirme para tener la dicha de contemplar áese astro de mi vida que me escondian aquellos muros malditos?

Vagando errante la mirada encontré á una beata que, caído sobre los ojos el manto, el ademan compungido y en las manos un bolson, dirigíase á la iglesia.

Hé aquí pescado mi asunto—pensé—Esta bruja lleva en su saco los anales de la semana para regalar los oídos al confesor. Carguemos con ello al convento.

Correr tras ella, arrebatarle el saco y tornarme en humo, fué obra de un pestañeo.

La beata se dió á gritar—¡Al ladron! ¡Celador! celador!

Nada! ya habia yo andado diez calles.

Llego al convento, traspongo la portería, arribo á presencia de la abadesa, que abiertos sus redondos