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134 PANORAMAS DE LA VIDA

los troncos de los árboles á un jóven moreno, flaco y pálido, de ojos vivísimos aunque vagarosos, que andando de puntillas, con un dedo sobre los lábios cual si me impusiera silencio, sentóse á mi lado y me dijo con ademan sigiloso:

—Quien quiera que seas; puedes encargarte de una embajada al reino de las tinieblas?

— Ignoro en qué continente se asienta esa negra monarquía; pero quien boca tiene á Roma llega— respondí sonriendo para ocultar mi inmenso miedo. El lo conoció sin embargo, con esa lucidez estraña que á veces se revela en los dementes.

—No tema—me dijo—que aunque diablo y perteneciente á la décima legion, llevo debajo la diamantina coraza un corazon asaz blando; y tanto que cierta dulcísima pasion, encontrándole muy cómodo, ha hecho de él un asiento. Breve: estoy enamorado; enamorado, y de quien! de una esposa de Dios, vulgu monja. Pero qué monjita, Belcebú! con unos ojos de urí, y una boca de coral; y un piecesito limeño, y un donaire de gitana, y, y, y cien mil ies de mas, en aquel cuerpo gentil.

Pero pálida y cenceña como la flor del café.

Mas esa palidez da nuevo realce á su belleza.

Y luego, aquellos blancos cendales, que la