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umbrales, madre Teresa—dije á la hermana de Caridad, superiora de esa casa, un dia que pasando por allí me divisó desde el perístilo, y me llamaba con espresivas señas.

—Pues sí, que los atravesará usted— insistió ella, viniendo á mí, que me habia detenido cerca de la verja. Estaba vacilando, entre usted y Carmencita, para dar á la una ó la otra una delicada mision.

—De qué se trata, madre?

—De devolver ásu familia á Delfina H. que está ya del todo curada de su locura; pero empleando para ello las precauciones necesarias á fin de que no se aperciba de que lugar sale, pues la hemos hecho creer que se halla en una casa de campo á seis leguas de Lima, donde la hermana Maria y yo estamos convalesciendo, y la trajimos á ella enferma de tercianas á la cabeza. Hé ahí todo. Ahora invente usted á su modo y compóngase como pueda.

Supongo que en este carruage he'de llevarla.

—Precisamente.

—Vuelvo luego.

Corrí á casa de una amiga que habita en la huerta inmediata, dejo mi manto, endoso una talma, calo un sombrerito, y regreso á reunirme con madre Teresa. Dí préviamente algunas órdenes al cochero, y seguí