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el asentimiento deseado, el pueblo, secundado por Edelmira la heróica hija de Belzu, se entregó á los trabajos de fortificacion.

Fantástico era el espectáculo que presentaba aquella noche la Paz. Hombres, mujeres y niños, todos acudian cargando adobes, piedras, y toda especie de materiales. Luego, transformados de cargadores en ingenieros, trabajaron toda la noche, á la luz de las fogatas alimentadas por los niños.

Ala mañana siguiente, la plaza como por encanto, se hallaba circuida de fuertes barricadas, y el pueblo, ébrio de entusiasmo, armado solamente de ciento ochenta fusiles, se preparó á la pelea y esperó.

Así pasó el 26 de marzo. En la noche, Belzu visitaba las barricadas, donde fué recibido con gozosas aclamaciones, volvió á palacio; se acostó en su cama y durmió tranquilo, cual si ningun peligro lo amenazara. Cerca de él velaba su hija. La pobre niña, avezada á las catástrofes y profundamente inquieta, sentia sin embargo, abrirse su alma á la confianza, ante aquella impasible serenidad. No presentia que estaba velando el último sueño de un moribundo.

A las doce del siguiente dia, Melgarejo llegaba al Alto. Los que estuvieron á su lado cuentan que al divisar la ciudad que se estendia abajo, fortificada