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A ese nombre formidable aquellos hombres palidecieron. Mas ó menos piratas todos ellos, ninguno sin embargo, conocia sino de nombre al terrible corsario tan temido en las costas de Oriente.

Doblada una rodilla y las frentes inclinadas, llevaron la mano al corazon, en señal de homenaje.

El corsario apagó su linterna, y seguido de sus bandidos, ganó la escalera, llegó al puente, y se dirigió á la cámara donde el capitan, su hija y Renato, sentados á la mesa, comenzaban á gustar una cena compuesta de frutas y deliciosos vinos.

—Padre—dijo Elena, sin poder dominar la estraña inquietud que a pesar suyo invadía su ánimo—¿por que has llenado tu barco de griegos?

—Son buenos marineros, hija mia. El isleño del Archipiélago es fuerte y sufrido en el rudo trabajo del mar. Por lo demas, mia no es la culpa. Demetrio reemplazó uno a uno con ellos á los pobres bretones que me arrebató la peste.

Al nombre de Demetrio, Elena se estremeció, porque creyó ver al través de la escotilla dos ojos de fuego que la contemplaban entre las tinieblas.

De repente, estrechando con temor el brazo al capitan—Padre!—murmuró á su oida—escucha. Se diria que andan sobre el puente.

—Y bien, es el vijia de cuarto que se releva.