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'GRINACIONES 83

su labor, siempre meditabunda, y derramando á veces lágrimas silenciosas que rociaban las flores de su bordado.

—Pero, niña mia, piensas quedarte ahí toda la mañana delante la casa de ese maldito usurero que la compró por nada, y con el oro que encontró la ha puesto así? Mira que ya ha dejado la misa y nos costará sabe Dios qué entrar á: la iglesia, que estará atestada de gente.

Y me echó delante de ella con la autoridad que usaba conmigo cuando yo tenia cinco años, y me llevaba á paseo.

Al entrar en la plaza de armas, dejóme pasmada la trasformacion que se habia operado en ella. Rodeábanle dos hileras de álamos alternados con frondosos sauces que formaban una calle sombrosa, fresca, tapizada de césped y flanqueada de asientos rústicos. El resto de la plaza era un vasto jardin con bosquecillos de rosas, y enramadas donde serpeaban entrelazados, el jazmin, la clemátida y la madreselya. Al centro elevábase un bellísimo obelisco cerrado por una verja de hierro, donde se retorcían los robustos pámpanos de una vid.

—¿Dónde vás, niña mia? Sigue por la izquierda. Has olvidado ya el camino del colegio?

—No; pero quiero dar una vuelta en torno á esta hermosa alameda que me está convidando con todos