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PEREGRINACIONES 57

El miserable tambo que nos alojaba contaba apenas tres cuartos. En el primero colocaron sus camas don Fernando y su esposa; ocuparon el segundo el doctor Mendoza, el gobernador y sus hijos: sor Carmela y yo nos encerramos en el último.

Fuéme dado entónces contemplar de cerca el rostro de la monja. cuya belleza me deslumbró. Nunca ví ojos tan bellos. ni boca tan graciosa, ni espresion tan seductora. En aquellos ojos ardía la pasion: y aquella boca parecia mas bien entreabrirse á los besos que á los oremus.

—;¡ Calla. profana! En tus peregrinaciones has aprendido un lenguage por demás inconveniente.

—En verdad?

—SÍ; pero prosigue.

—Carmela guardó de pronto conmigo una tímida

reserva; pero es imposible que dos jóvenes esten una


hora juntas sin que la confianza se establezca entre ellas. Yo hice los primeros avances, que encontraron un corazon ansioso de espansiones; y muy luego habríase dicho que nuestra intimidad databa de años.

—Ah!—díjele aquella noche, viéndole desnudarse, y que al quitar su toca dejó caer sobre sus hombros un raudal de bucles negros—¿ porqué, bellísima Carmela, has arrebatado al mundo tantos inestimables tesoros? Qué te pudo inspirar el lúgubre