444 PANORAMAS DE LA VIDA
unos sobre otros como tigres hambrientos, haciendo luego de aquel campo un lago de sangre sembrado de cadáveres.
En lo mas encarnizado del combate, Aguilar divisó un hombre que con la espada desnuda y destilando sangre, atravesaba como el rayo los batallones argentinos, dejando en pos suya la muerte y el espanto.
En el aspecto de aquel hombre habia algo de fantástico propio á aumentar el terror que inspiraba su arrojo. Montaba un caballo negro como la noche, y su ancha capa del mismo color flotaba á su espalda al agrado del viento, como las alas de la fatalidad.
Aguilar vió cejar á los suyos ante aquel formidable guerrero ; y arrojándose á él, alcanzóle al momento en que retiraba la espada humeante del pecho de un enemigo, y lo atravesó con la suya.
El incógnito volvió sobre él como un tigre; pero las fuerzas le faltaron de repente; el acero se escapó de su mano, estendió los brazos, y su cuerpo inanimado se deslizó del caballo, que siguió su rápido curso y desapareció.
Aguilar, fiel á su bárbara costumbre, se inclinó sobre el arzon para contemplar su víctima. Pero al fijarse en el rostro del cadáver, sus ojos se dilataron de horror y sus cabellos se erizaron.
—Fernando de Castro !!—exclamó, inmóvil en