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EL POZO DEL YOCC1 439

Una mano que se posó en su hombro la despertó de repente del enagenamiento en que yacía.

Aguilar pálido, sombrío, terrible estaba delante de ella.

—No has podido engañarme, pérfida, exclamó con voz sorda, fijando en su esposa una siniestra mirada ; yo sabia que amabas al conspirador boliviano desde aquella noche que estuviste en poder suyo. Y lo negabas ! y tu frente se coloreaba con la indignacion de la virtud, mientras hollando tu honor y el mio, te preparabas á sustraerlo al castigo que le espera. Qué has hecho de él? Habla! No es tu esposo el que está delante de tí, es un juez que vá á pronunciar tu sentencia y ejecutarla.

¿Qué has hecho del conspirador? Habla!

—Lo he salvado, respondió Aurelia; pero el sentimiento que me guiaba no era culpable, Aguilar: era un afecto puro, santo, yo te lo juro.

—Pruébalo! Ah! yo daria mi alma por creerlo ! Y una lágrima surcó su pálida mejilla, y con una voz impregnada de dolor y de rabia, repetia: pruébalo !

—Y si no me es dado probarlo sino con un juramento, ¿me creerás Aguilar?

—Ya ves que mentias !

De súbito, Aurelia dió un grito y se precipitó sobre un objeto que ocultó en su pecho.