ET. POZO DEL YOGCI 419
Juana se abrieron en todo su magnífico grandor. Una ola inmensa de curiosidad ahogó en su mente las ideas que la preocupaban y sacudiendo su postracion, alzóse ligera, exclamando con la novelería de una niña—Una muger encubierta! Hazla entrar al momento!
Y sin tener paciencia para esperar, corrió al encuentro de la desconocida.
Pero al pasar el dintel de la puerta, una muger enlutada, y cubierta con un tupido velo se echó en sus brazos, la hizo retroceder, cerró tras sí la puerta y volviéndose á Juana, se descubrió.
—Aura! tú aquí!. . . .cuando. . . .cuando el cadáver de tu madre se halla tendido aun en la casa mortuoria! . . . . Angel mio, ¿qué nueva desgracia ha caido sobre tí? . . . . Habla!
Aurelia pálida, temblorosa, tendió en torno una mirada rápida y acercándose á la esposa de Heredia, estrechó convulsivamente su mano y la dijo con voz breve:
—Vengo á reclamar - el cumplimiento de una promesa, Juana! Te acuerdas el dia que me conociste ?
—Ah! ¿podría acaso olvidarlo, oh! mi ángel tutelar? Mi hijo se ahogaba en el profundo remanso de Montoya. Nadie se atrevía á socorrer al pobre niño; y yo mesando mis cabellos, lloraba desesperada