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PEREGRINACIONES 41 y aceptara la hospitalidad en su casa, donde sería recibida por su hermana, que, añadió con galante cortesía, estaría muy contenta de tener en su destierro tan amable compañera.

Y asiendo de mi maleta, sin querer, por un refinamiento de delicadeza dar este encargo á su ayudante que lo reclamaba, dióme el brazo y me llevó á tierra.

Nunca hubiera aceptado tal servicio de un desconocido; pero las palabras, las miradas, y todo en aquel hombre, revelaba honor y generosidad. Así no vacilé; y me acogí bajo su amparo sin recelo alguno. Su hermana, bella niña, tan amable como él, salió á mi encuentro con tan cariñoso apresuramiento, cual si mediara entre nosotras una larga amistad. Meabrazó con ternura, y ví en sus bellos ojos dos lágrimas que ella procuró ocultar, sin duda por no alarmarme; y llevándome consigo, arregló un cuarto al lado del suyo, y colocó mi cama junto á la pared medianera para despertarme—dijo —Jlamando en ella al amanecer.

¿Créo que aun no he nombrado al hombre generoso que me dió tan amable hospitalidad?

—No, en verdad—la dije—pero yo sé que fué el general Quevedo.

—Ah !—continuó Laura, con acento conmovido— no solamente yo tuve que bendecir la bondad de