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los ojos de la inocente criatura, como si le pesara alimentarla .

En ese momento, la caravana saliendo de una estrecha cañada que seguia hacía rato, se halló de repente en el valle de Jilcara.

—Hé ahí el sitio donde deshicimos ú los estremeños—gritó de pronto Peralta, arrebatado de entusiasmo; y su mano señalaba el cauce seco y pedregoso de un torrente encerrado en un recodo del Valle. En esa hondonada les dimos una carga tan violenta que ni uno solo escapó; y antes que pudieran reconocerse, nuestras lanzas los clavaban contra las peñas.

Un gemido doloroso respondió á estas palabras.

—Mi madre!—exclamó la ¡jóven rubia; y adelantando su caballo inclinóse hácia la silla de manos.

—Duerme-—dijo, cuando hubo tocado la frente de la enferma.

—Sin embargo, por profundo que sea su sueño, percibe cuanto se habla en torno suyo; y si es algo que puede causarle pena, llora y suspira como ahora.

—Mal haya el eterno hablador y sus historias rancias!—dijo la vivísima morena con un enojo cómico—Que no permitiera Dios á esos pobres entremeños aparecer de improviso, armados de punta