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tus ojos cóncavos y rodeados de un círculo azulado. ¿Cuál es ese dolor maternal de que habló aquel viejo, y que pesa todo sobre la cabeza de tu hija única? ¡oh! yo lo sabré.

Y sola, y caminando á tientas entre las tinieblas, dirijí mis pasos á la montaña.

Atravesé el valle, subí la áspera falda y costeé el precipicio en cuyas paredes se abria el antro del misterioso viejo.

Al penetrar entre el grupo de molles, el ala poderosa de una ave rozó mi frente, y me arrancó un grito que repitió á lo léjos una voz cavernosa. Era el éco.

Encontré al viejo inmóvil en el mismo sitio, delante de la hoguera; pero ahora leia á la rojiza luz de la llama un libro inmenso cubierto de caracteres estraños.

—¿Qué me quieres? exclamó, alzando los ojos del libro y fijándolos en mí con una mirada severa. Aléjate, vé á correr sobre el sendero que se alza ante tí y no pretendas mirar los abismos que cubre.

—Aunque sepa morir le respondí, quiero saber.

El viejo me contempló con una espresion de piedad.

—Qué quieres saber? me dijo, con la frente contraida por una penosa emocion.