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EL POZO DEL YOccI 387

facultad de llamar y prolongar al grado de suvoluntad ese anodamiento que para ella es la felicidad.

Hablando asi, tomó de su seno una redoma de plata cuidadosamente cerrada; la abrió y me mandó aspirar el perfume que encerraba.

Pero apenas tomé la redoma en mis manos, sentí un aroma á la vez suave y penetrante que se difundió en la atmósfera, invadió mi cerebro y dió un color azulado á todos los objetos que me rodeaban.

Vilos luego alejarse hasta los últimos límites del horizonte, y perderse en una bruma oscura que se extendió lentamente, llegó á mi, y me envolvió como un vapor tibio y enervante.

Un bienestar inefable so derramó en todo mi ser, que me pareció arrebatado de la tierra, meciéndose en las ondas vaporosas de un eter rosado y diáfano. ¿Dormia ? velaba ? disvariaba?

Un soplo que llegó á mi rostro, ténue y frio, disipó aquel arrobamiento; y me hallé de pié y en la misma actitud que tenia al recibir la redoma. Pero esta se encontraba en manos de mi madre, á quien el viejo decia:

—A los males del alma, la muerte ó el olvido.

Y señalaba la redoma que mi madre apretaba con su pecho con devoto fervor:

—En cuanto á tí, niña, añadió, suavisando con una espresion de piedad el fulgor de sus ojos—no