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EL POZO DEL YOCC1I 377

de ginetes entre los que ondeaban los velos y las luengas faldas de dos amazonas, bajaban al fresco vallecito del Tilcara.

Eran seis y montaban magníficos caballos, cuyo brio refrenaban para igualar su paso al de cuatro hombres que llevaban al centro conduciendo una silla de manos.

El silencio profundo que reinaba en aquellos parages, la sombra de los peñascos y el prestijio de la hora, impresionaban, al parecer, el ánimo de los viajeros, que caminaban en actitud meditabunda.

Las dos amazonas, asidas de las manos, callaban tambien; pero el mutismo de dos mugeres reunidas es un fenómeno de la naturaleza de los meteoros: no puede prolongarse un minuto.

—Aura!—dijo la una á media voz.


—Juana! respondió la otra en el mismo tono.

—En qué piensas, alma mia? De seguro en Aguilar?

—En él siempre: mas en este momento pensaba en la dicha de verte á mi lado, que de veras me parece un sueño.

—No es cierto? Bah! mi escapada tiene algo de novelesco.

—Y tanto! te confieso francamente que mientras caminaba, hace un cuarto de hora, entre las sombras,