EL POZO DEL Yocc1 375
atravesarte el corazon si dás una voz, Ó haces el menor movimiento. Elije.
El soldado dejó caer su arma y quedó inmóvil.
—Bien! Hé aquí tu oro: guárdalo, y entrégame tus manos; porque tu resignación es como la mia de ahora há poco, de todo punto falsa.
En un momento el jóven agarrotó al centinela púsole una mordaza, y huyó por una abertura, que su puñal hizo en un lienzo de la tienda.
La noche era oscura: pero al dudoso resplandor de las estrellas Fernando divisó á espaldas de una tapia un grupo de hombres al parecer en acecho.
—Amigos ó enemigos, se dijo,—vamos á ellos.
Eran sus compañeros, que lo recibieron murmurando en voz baja gozosas aclamaciones.
—Y ahora, Fernando—dijo uno de ellos—nos llamarás todavía tontos, cuando acabamos de interpretar tan maravillosamente el puñado de tierra con que has cegado al general?
—Oh! —ahora si que estás verdaderamente estúpido, Avila. ¿Podia traducirse de otro modo mi conducta? . . . . Pero en que fruslerías nos detenemos! "Vamos á buscar nuestros caballos.
—-Están prontos allá en el fondo de aquel barranco. Todos son nuestros caballos de estimacion . . .
—Por dicha, cuéntase entre ellos mi volador?
—No lo oyes?