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EL POZO DEL YOCCI 363

introducirme como un ladron, en busca de un tesoro de recuerdos.

—Perdóname, querido Teodoro! perdona á este incorregible calavera las lijerezas que viene á mezclar á los dolores de tu alma ....

— Incansable charlada, ¿olvidas que el tiempo no vuelve?

—Tienes razon! A las tres te encuentro aquí?

—Si así no fuere, ruégote que no me aguardes: vuelve solo al campamento.

Y aquellos dos hombres separarónse y tomando rumbo distinto, el uno siguió adelante y se internó en las revueltas callejuelas de la Banda, el otro torciendo á la derecha, se dirijió hácia la parte meridional de la ciudad, costeó el Tagarete durante algunos minutos; atravesólo por el arco derruido de un puente, y entró en una calle flanqueada por un lado de fachadas góticas; por el otro de altas tapias sobre las cuales desbordaba la exhuberante vegetacion de esos románticos jardines, que tanta poesía derraman en las vetustas casas de Salta.

Recatando el rostro, la espada y el azul uniforme de los patriotas bajo el embozo de su capa de viaje, el jóven se deslizaba á la sombra de los muros, con el rápido paso del que conoce su camino, deteniéndose tan solo, para absorber en suspiros el ambiente perfumado de la noche.